Hay que volar a Sao Paulo y hacer una escala para después volar a Salvador.
Hay que pasar la noche en Salvador en un hotelito de escaleras imposibles ubicado en el Pelourinho, cenar fritanga de pescado. Tomar incontables caipirinhas.
Levantarse temprano y andar por tierra 1 hora.
Subir a un ferry, viajar por agua un par de horas.
Bajar del ferry y seguir por tierra una, dos, tres, cuatro, cinco horas, por un camino de poblaciones miserables, rutas mal asfaltadas y paisajes de esos que no dan ganas de fotografiar. Llegar a un puerto.
Tomar una lancha, previa negociación con los pícaros que están al acecho de turistas. Viajar hora y media serruchando un cielo que al rato se aburre de amagar y por fin se viene abajo en un chaparrón inesperadamente helado.
Poner un pie en tierra y empezar a entender cómo es la cosa. Media hora más en taxi, después de preguntar por todos lados dónde y cómo conseguir un taxi para ir al Repouso do Guerreiro. Así, sin dirección ni coordenadas. Subir al auto y confiar.
Y llegar. Al paraíso.