jueves, 18 de noviembre de 2010

Asilo para ancianos

Domingo al mediodía. El pueblo de Famatina, en La Rioja, estaba desierto. Los únicos rastros de presencia humana eran los modestos carteles en todas las casas, colgados de cercos, paredes y puertas: "El Famatina no se vende" o "Minería = Muerte".

Deambulaba sin rumbo y un poco aburrida, para ser sincera. Venía de Chilecito y mi próxima parada era Tinogasta, Catamarca. El pueblo abarca unas pocas cuadras, en media hora se recorren todas sus callecitas. El único lugar donde pude comprobar la existencia de seres humanos fue al pasar por la puerta del asilo para ancianos: un rancho modesto pero digno, a los pies de la montaña. Los abuelos estaban todos tomando sol y aire fresco en un jardín que ocupaba todo el frente. No conversaban entre sí, estaban simplemente sentados, con la vista perdida, los ojitos entrecerrados.

Cuando lo vi me lo imaginé sordo. Con voz firme me acerqué y, mostrándole la cámara, le dije "Abuelo, ¿le puedo sacar una foto?". Masticó alguna palabra (no le entendí) con voz áspera, y se acomodó la boina moviendo la cabeza de abajo hacia arriba, para que yo entendiera que me decía que sí.

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